Cuatro verdades que recordé ante la tumba
Pedro Héctor Rodríguez
Al callado cementerio
un día fui a caminar,
y una tumba muy hermosa
me detuve a contemplar
Era una tumba opulenta
de mármol resplandeciente
El lujo que derrochaba
admiré calladamente
Sobre la lápida escritos,
pude leer los honores
que al difunto tributaron
parientes y admiradores
Viendo el lujo y el honor
que le habían ofrecido,
pensé que un ser honorable
el difunto había sido
Por el triste cementerio
continué mi caminar,
y al llegar ante otra tumba,
allí me puse a observar
Ni lápida con honores,
ni mármol resplandeciente
ornaban aquella tumba,
quizás la de un indigente
Un montículo pequeño,
cubierto de matorrales,
era el mísero depósito
de aquellos restos mortales
Por un momento pensé
que en la tumba miserable
no yacía un ser valioso,
mucho menos honorable
Oh, qué actitud insensata:
Juzgar lo que no sabemos,
y valorar a la gente
tan sólo por lo que vemos
Pero estas cuatro verdades
aquel día recordé,
cuando ante la tumba fría
un poco reflexioné
La verdad es que ante Dios
todos somos muy valiosos,
porque Cristo nos compró
por un precio fabuloso
La verdad es que el honor
no puede el cielo comprar
Sólo la sangre de Cristo
puede a la gente salvar
La verdad es que el humano
es imperfecto e injusto,
y sólo el Dios santo y bueno
es el juez perfecto y justo
La verdad es que los muertos
nada pueden ya cambiar,
ni la persona honorable,
ni el que solía mendigar
Sólo los vivos podemos
cambiar nuestra situación,
si hoy a Cristo aceptamos
para nuestra salvación
De la Palabra de Dios,
que en mi corazón retumba,
estas son cuatro verdades
que recordé ante la tumba
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